Era nuestro último día en Río de Janeiro -la famosa y fotogénica cidade maravilhosa- y con mi novio habíamos decidido dejar ese día para volar sobre la ciudad. No recomiendo dejarlo para el último día, ya que nosotros casi no pudimos hacerlo por las condiciones del viento, que finalmente jugó a nuestro favor y pudimos lanzarnos. Les hablo de volar en alas delta, también conocido como hang gliding, una experiencia que hay que vivir. Así que fuimos hacia el sur de la ciudad, específicamente a la escuela de vuelo de São Conrado, desde ahí entras a la oficina donde te hacen firmar unos papeles que liberan de toda responsabilidad a la empresa en caso de accidente (es muy seguro en todo caso) y claro, hay que pagar por la experiencia y es caro, pero pucha que vale la pena. Sale unos 150 dolares el vuelo y un extra si es que contratas el servicio de fotos o video que registran tu cara de emoción, nervios y adrenalina. Nosotros pagamos por las fotos que te las entregan en un cd despues de aterrizar en la playa.
Para llegar a la cima te llevan en una camioneta de la empresa (que además te pasa a buscar y a dejar a tu hostel) y subes internándote en la densa y frondosa foresta da tijuca. Una vez arriba, los equipos se arman, se despliegan unas alas enormes, te ponen unos arneses y te hacen una capacitación express de cómo debes inclinar tu cuerpo y cual es la señal para que corras por la rampa de madera. Llegó el momento, quizás el más emocionante de mi vida, y tomé la desición de ir yo primero y esperar en la playa a mi enamorado.
Estuvimos un buen rato parados esperando la señal para correr, a esas alturas ya era demasiado tarde para arrepentirse. En una esquina de la rampa hay un banderin que indica la orientación del viento, la idea es que el viento venga de frente, no de costado ni que te empuje y cuando viene en la dirección correcta, comienza a sonar un pitito y tu guía te grita «corre,corre,correeeee!» y bueno, yo corrí nomás, recuerdo haber dado unos 4 pasos y de pronto mis pies estaban flotando en el aire.
Intentar explicar con palabras las sensaciones que sientes en esos minutos es casi imposible, sólo sé que mi cuerpo reaccionó de la mejor manera, me dio ataque de risa, por momentos el estomago sube a tu garganta como cuando estás en una montaña rusa (esa misma sensación pero multiplicada por mil) sientes como cada poro de tu piel se eriza ante el viento, es como si cada celula de mi cuerpo hubiese estado durmiendo por 28 años y en esos instantes todo vuelve a nacer…y si a eso le sumamos la vista de la ciudad: la favela rocinha y el cristo redentor a un costado, el inmenso mar de frente y abajo un verde bosque repleto de arboles y los edificios que desde abajo parecían grandes, desde arriba son como cajitas de fósforos. Antes de aterrizar vuelas sobre el mar y te sueltan los arneses que sujetan tus rodillas (ahí sentí que me caía al vacío por un segundo) y es que las piernas deben estar en dirección al suelo para correr apenas toques la arena (claro que las mil emociones impidieron que realizara tal accíón, mis piernas eran 2 hilitos incapaces de hacer algo)
Una vez los pies puestos en la tierra o mejor dicho en la arena, yo solo reía y gritaba «que increíbleeeee, quiero hacerlo de nuevo aaaaah» cosas así, y sumado a eso, mis piernas aún eran incapaces de reaccionar para ponerme de pie asi que solo disfrute las sensaciones y miraba el cielo buscando a mi amor.
Sin duda, fue el mejor último día de viaje de todos los que he tenido. Volar sobre Rio fue una experiencia alucinante, y lo voy a hacer otra vez cuando vuelva, porque estoy segura que a Rio de Janeiro, volveré.