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«Los mejores sueños, son aquellos que ocurren cuando estas despierto»

Viajando se viven días de todo tipo: días relajados, días intensos, días tristes y melancólicos, y de mis días favoritos? los días oníricos. Cuando viajamos se presentan muchos días surrealistas, donde experimentamos situaciones extrañas, con gente a la que no le entendemos y en lugares que parecen sacados de una película de ciencia ficción…y, sin embargo, esos días son en los que más conectada me siento. Será porque soy soñadora y romanticona para mis cosas? no lo sé. Pero sí se, que ese tipo de días me parecen más fotogénicos, mi observación se agudiza, y mi ansiedad por entender ese nuevo contexto que me rodea, me hace sentir curiosa, viva. Quiero fotografiarlo todo, y paso de curiosa a imprudente…
Es que, es curiosa la curiosidad, como escuché por ahí…
Y así, transitando por uno de los países más surrealistas e intensos que existen, llegamos a uno de los lugares más oníricos, especiales, mágicos y extraños que hemos visto jamás: EL TEMPLO DORADO de los Sijs en Amritsar.

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El sijismo es una de las tantas religiones en India. Los sijs, creen en un solo Dios, se rigen por estrictos códigos de conducta moral y consideran iguales a todos los seres, sin importar procedencia, raza o religión. El Templo Dorado es su lugar de culto, y fiel a esta filosofía integradora, el templo recibe a quienes quieran conocerlo, y los sijs deben ir a peregrinar al menos una vez en su vida. Una vez ahí, descubres que estás como dentro de un sueño, donde todo lo que te rodea, es extraño, confuso, exótico, bello.

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Turistas de todo el mundo y locales de todo India, sin importar su casta o creencia, son bienvenidos, y pueden, gratuitamente, dormir en los cuartos para huéspedes (hay para locales y extranjeros) y comer en los comedores comunitarios. Incluso puedes ofrecer ayuda a los cientos de voluntarios que preparan más de 80 mil platos diarios!! La comida estaba deliciosa y, les confieso que hasta nos repetimos! y todo en un ambiente de silencio, respeto y pulcritud…más surrealista aún , ya que en India las cosas suelen ser al revés.

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Desde un principio las cosas son bastante particulares. Cuando entras al templo, DEBES cubrir tu cabeza con un pañuelo. Todo tiene una explicación, y, por respeto, y sin cuestionarlo, simplemente, lo hicimos. Después nos encontrábamos en una especie de guardarropía para dejar las zapatillas. Todos entran descalza al templo dorado, y antes de ingresar al recinto central, pasas caminando por unos pozos de poca profundidad para el lavado de pies. Nosotros haciendo caso a esa famosa frase que dice «donde fueres, haz lo que vieres».

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Hasta que por fin entramos al estanque donde flota esa maravilla dorada. De fondo suenan cánticos melodiosos, y nosotros batallando con más de 45 grados. Frente a mis pupilas desfilan mujeres bebiendo agua del piso que están trapeando, otras personas miran a la pared como si en ella estuvieran escritas sus oraciones y rezan con una fe envidiable.

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Otros se lavan y dejan sus pecados diluirse en las aguas del estanque.
Cerca de los comedores, vuelan platos y bandejas, unos lavan, otros secan, un grupo de como cien mujeres amasan y preparan chapatis (típico pan indio)

Quienes no son sijs, deben censurar las ganas de meter los pies al agua. Está prohibido y se pide que te sientes en la posición de loto.
La arquitectura del lugar también parece sacada de un sueño. El templo conserva una mezcla de estilos hinduistas e islámicos y cuenta con una cúpula dorada en la que se dice que se usaron 750 kg de oro, y representa una flor de loto invertida, como símbolo del deseo de los sijs de llevar una vida pura.
Sentarse en el suelo a compartir con miles de indios (sin que ninguno intente venderte algo), en un lugar donde casi no hay turistas, donde comimos 2 platos deliciosos cada uno y gratis! Un santuario que atrae más visitas que el Taj Mahal (!!), un lugar donde pude observar y fotografiar sin esconderme. Donde pudimos mirar nuestro reflejo en el suelo, de lo limpio que siempre estaba, y donde tuvimos que asumir nuestra condición de rock star, dejándonos fotografiar por indias a las que les parecíamos «exóticos» cuando las únicas exóticas eran ellas, es sin duda un lugar surrealista, difícil de creer y entender, pero imprescindible de ver y vivir.

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