Jamás en mi vida tuve perros. En casa eramos todos gateros. No niego que de chica siempre quise un perrito, pero nunca fue compatible con el amor que mi mamá tenía por su jardín.
Creo que las cosas llegan cuando tienen que llegar y yo tuve que esperar 35 años para que el Facu llegara a nuestra vida.
Cada fin de año repetimos el mismo ritual familiar: después de navidad y antes de año nuevo partimos -algunos en auto y otros en avión- al norte de Chile. A una hora de Antofagasta hay una playa llamada Hornitos. Desierto-acantilado-playa eterna.
La rutina que daba fin e inicio a otro año era: desayuno-playa-almuerzo-playa-asado-conversas hasta la madrugada.
Y así fue como un 29 de diciembre del 2015 un olfato perruno llegó hasta la casa seducido por los olores parrilleros. Un rubio medio colorín, lleno de garrapatas y cojo era el nuevo paracaidista que se instaló en esa terraza/escenario frente al mar. Los días siguientes ahí estaba él. Esperando que mi suegro saliera a trotar para acompañarlo pese a su cojera. Volvían juntos y desayunábamos en familia. Bajábamos a la playa y ahí venía detrás de nosotros. Casi sin darnos cuenta pasó a ser un miembro más.
El 31 de diciembre lo pasó con nosotros. Bajamos a la playa a tirar unos globos de papel y fuego hacia el cielo. Es nuestro rito de pedir deseos para el año que comienza. Y él siempre ahí. Como si estuviese pidiendo ser adoptado por nosotros.
Facundo fue el nombre que le puso una de las sobrinas de mi compañero de vida, y él respondía al apodo «Facu».
Al día siguiente, el primer día del 2016, mientras todos dormían, yo figuraba con él panza arriba sacándole una a una cada garrapata. Él, como si estuviera en un spa, me miraba como dándome las gracias. Esa mañana me enamoré perdidamente. Estaba en un dilema «tengo casa con jardín, huertos y un gato y además el lugar donde vivimos es un centro de yoga» pensé. Un perro no tenía nada que hacer ahí. Pero después de la garrapata número 73 (la última que le encontré) ya lo tenía decidido: Esto no sería sólo un amor de verano. Al Facu me lo llevo como sea.
Pero no era llegar y meter un perro a un avión. Las aerolíneas tienen reglas a la hora de viajar con mascotas y esas normas nos obligaban a llevarlo antes a un veterinario para vacunarlo y desparasitarlo. Pero yo tenía que irme a traviajar a la isla de Pascua. Y algunos trámites para traerlo le pisó los talones a mi calendario. Nos tuvimos que volver a Santiago antes que el resto de la familia, que a distancia nos ayudarían con nuestros trámites de adopción y traslado. Cuando me fui de hornitos me juré a mi misma que no era una despedida sino un hasta pronto. Nos subimos al auto y él corría detrás. La escena de teleserie venezolana me desatornilló los lagrimales.
Desde Santiago, los whatsapp con la familia iban y venían. Ya habíamos enviado una caja canil con las medidas que requería la aerolínea. El Facu ya contaba con todos sus papeles. La burocracia estaba hecha y en dos días más el resto de la familia nos traería a nuestro hijo de 4 patas.

Pero sucedió lo inesperado: El Facu el día antes desapareció!
El resto de la familia volvió…sin él.
Yo estaba devastada. En un par de días me convertí en un zombi especialista en mirar el techo. Mi cuota anual de llantos estaba sobrepasada. Pasó por mi cabeza partir a deo a hornitos (1500 kilómetros!!) y en las noches hasta soñaba con él.
Hasta que Andrea, la pareja de un familiar que también veraneaba por allá -y que por supuesto ya estaba enterada de la existencia del Facu- nos mandó una señal que reactivó nuestra fe e ilusión: El Facu había aparecido y estaba bien. El jueves 18 de enero llegaría a casa.

Y así fue.

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Hacerlo parte de nuestra vida fue la mejor decisión y exactamente un año después de llegar a casa, el 18 de enero de este 2017, comenzaría una aventura junto a nosotros.
Se subió sin ni un problema a nuestra casita con ruedas de 4 metros cuadrados y hoy llevamos 7 meses recorriendo los caminos sudamericanos.

facu1No hay dudas de que al Facu le cambió la vida. Y este roadtrip continental no sería lo mismo sin él. Es el mejor partner de viaje, disfruta de cosas muy sencillas, se adapta a todo. Su universo de aromas se amplió hasta el infinito y más allá al igual que su abanico de paisajes que sólo conocía desierto y mar. Conoció también nuevos ejemplares del reino animal: cabras, vacas, gallinas, armadillos, guanacos, carpinchos, ñandúes, etc.
Al conocerlo en esa playa nortina parecía tenerle miedo al agua. Cuando nos dábamos un baño él ladraba desde la orilla como advirtiéndonos de algún peligro. Yo pensé que había tenido un trauma en el mar alguna vez, sin embargo, en el primer mes de este viaje se lanzó a las aguas de los lagos del sur y hoy hay que pedirle que se salga.

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Los perritos, como los niños, sólo quieren amor, tiempo de calidad con sus padres (amos en este caso) y por sobre todas las cosas, salir de paseo. Así que ya podrán imaginar que este ex cojo garrapatudo rubio-colorín, actual viajero patiperro gozador, está en su salsa.
Ya sabes, si tienes un perrhijo y te vas a un viaje largo como éste, piénsalo bien antes de decidir dejarlo 😥

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… Lo más probable es que él sea el mejor compañero de aventuras que puedas llegar a tener en tu vida.

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¡Gracias Facu por cruzarte en nuestro camino y por elegirnos como tus papis!

Gracias también a la familia y a Andrea Tessa que movieron cielo mar y desierto para encontrarlo y mandarlo a Santiago. Sin ustedes esto no habría sido posible. GRACIAS INFINITAS!!!