Después de salir de las Guyanas -sin dengue, sin malaria y sin la mordedura de una serpiente- tuvimos la desfachatez de ingresar por cuarta vez en este viaje al gigante sudamericano.
Había quedado atrás ese camino infernal que finalizaba en Lethem (Guyana) y la cuarta entrada a Brasil fue una caricia para nuestra casita con ruedas. Fuimos recibidos con esas sonrisas que suelen brindar los brasileros, y sentimos un alivio inexplicable al ver caminos pavimentados otra vez.
Tras cruzar Bonfim y Boa vista, entramos a la capital del estado más grande del país: Manaos, una ciudad enorme que tiene más tráfico que tucanes y una calurosa humedad que derritió mis pensamientos.
No teníamos muy claro nuestros próximos pasos. Sólo sabíamos que se venía la transamazónica por algún brazo del Río más largo y caudaloso del mundo, descartando la opción de hacerlo por tierra debido a las lluvias que hacen de la ruta BR 319 algo intransitable. Nuestras averiguaciones arrojaban resultados algo preocupantes: los precios, la imposibilidad de continuar por tierra desde Leticia (Colombia) y lo difícil que resultaba ir a Iquitos y cruzar por agua al amazonas peruano, considerando los timos que había que sortear en los cruces fronterizos. Fue por eso que desafiamos el mapa y nuestro itinerario implicaba poner la brújula rumbo sur. Había una embarcación que bajaba por el río Madeira hasta Humaitá y así no tendríamos que cruzar a otro país pasando fronteras acuáticas. Nuestro siguiente destino sería Perú, un trayecto que hacía sentido sólo si íbamos de vuelta a casa (Chile)
Teníamos los pasajes para el martes 13, fecha que no recomiendan para casarse o embarcarse, pero las supersticiones no entraban en nuestro equipaje emocional que llevaba sobrepeso de ilusión y felicidad. Las promesas por parte de la agencia «Transamazónica» generaron altas expectativas: Iríamos en una suite y nuestro Facu podía viajar con nosotros. Y que conste que preguntamos ocho mil veces para asegurarnos que ésto era así.
Martes 13: Debíamos llegar al puerto a las 11 am, un horario algo anticipado, ya que zarpábamos recién a las 18 hrs.
Nos instalamos en nuestra «suite» que más bien era un ataúd con 2 camas en formato camarote. El olor que emanaba del baño era preocupantemente rancio pero nos enfocamos en lo positivo: teníamos aire acondicionado, un baño que por muy tóxico era sólo para nosotros, y los colchones, libres de bed bugs, estaban cubiertos por un forro que tenía olor a detergente. Un lujo si lo comparábamos con las condiciones en las que viajaba el resto: hamacas, mosquitos, calores insportables, el ensordecedor ruido del motor y lluvias que mojaban sus pertenencias. Nuestra situación VIP me hizo sentir algo culpable a decir verdad.
Sin saberlo en ese instante, las horas que estaban por venir fueron desafiantes y engorrosas.
Cuando quisimos subir al Facu a nuestra piecita comenzaron los problemas. Lo que nos había dicho la agencia no cumplía con la realidad. Las mascotas estaban prohibidas en las habitaciones y la historia sería la misma para quienes viajaban en hamacas. Teníamos que ingresar con él en una caja canil y cuando improvisamos una para poder subirlo nos dicen que pusiéramos el canil (donde apenas cabía nuestro patiperro) ahí en la esquina como si fuese una bolsa de basura. Se me abrieron los ojos como 2 lunas llenas y les dejé claro en un tono poco amable que de ninguna manera mi mascota viajaría hacinado en una caja por 4 días.
Fueron varios dimes y diretes hasta que llegó Antonio, el tipo de la agencia al que llamamos por teléfono para que diera la cara. No dió la cara y mi compañero tuvo que ir a buscarlo a la agencia, porque tras el llamado por teléfono el perla se fue a almorzar!! No fue capaz de dar las disculpas correspondientes al caso y finalmente llegamos a un acuerdo: Nuestro perrhijo iría dentro del furgón. Después de todo es su casa y no sería taaan estresante. Triste y aburrido sí, pero al menos iba bajo un techo, no le llegaría el sol ni la lluvia, tendría ventilación, su agua y su comida y nosotros bajaríamos para sacarlo a hacer sus necesidades y a darle su cuota de amor diaria que no es menor.
Ahora se venía otro gran obstáculo: Subir la furgo a la barcaza. En ese instante nos percatamos de la importancia de estar viajando en algo compacto, pero aún así, la altura de nuestra guerrera no entraba por unos centímetros. Tuvimos que sacar el panel solar y la caja azul que lleva en el techo pasó raspando, pero pasó. A nuestro alrededor hasta se juntó gente a mirar el espectáculo.
Con nuestra casita estacionada, el tipo encargado que había dicho hace una hora que el Facu podía quedarse dentro del furgón, nos dice ahora que lo saquemos y lo dejemos en el canil en esa esquina que nos mostró antes. Ahí sentí cómo la sangre me subía por las venas y me puse firme con mi portuñol patético a decirle «Vocé dize que meu cachorro fica no carro!!».
Mi calmado compañero intentaba apagar el fuego que me brotaba por cada poro y su efectiva estrategia de «no enojemos al tipo sino el Facu pagará las consecuencias», fueron un parche en mi boca. Quienes me conocen saben que mis emociones son imposibles de disimular y que la opción de quedarme callada cuando algo no me parece es prácticamente nula. Pero lo hice. Por amor a mi perro lo hice.
No nos movimos de ahí, sacamos TODO de nuestro búnker con ruedas, sabiendo que los robos en viajes como éstos estaban a la orden del día, y fuimos testigos del meticuloso y milimétrico tetris de la carga vehicular de la primera planta de la embarcación. Pero debíamos estar presente para asegurarnos que dejarían un espacio para abrir alguna puerta y así poder sacar al Facu.
Y así fue.
El problema es que las escaleras que bajaban al primer piso de la embarcación quedarían clausuradas, haciendo positivo el panorama desde el punto de vista seguridad, pero incomodísimo por no contar con la libertad de bajar a cada rato a ver a mi amor de 4 patas. Teníamos que pedir permiso a la tripulación para hacerlo!! A mi cabeza le faltaban manos para sostenerla (y unas cuantas aspirinas también)
Por mientras, fuimos bajándole el volumen a las rabias conociendo a los muchos venezolanos que por necesidad y una fuerte cuota de miedo tuvieron que escapar de sus amadas tierras. Una familia iban rumbo a Argentina, otra iba rumbo a Chile y otros chicos iban a probar suerte a Perú y Ecuador. Nos contaron la surrealista realidad de su país y lo que detonó en cada uno de ellos la decisión de dejar, con mucho dolor, su patria querida para ir en busca de un destino que no pusiera en riesgo sus vidas. Conversaciones como esas, con lágrimas contenidas, me obligaron a la fuerza a percibir mi país desde otro prisma.
En una de esas familias encontramos la complicidad y empatía que necesitábamos. Elvis, Yosmary y sus 2 hijas se estaban embarcando con 3 perritos. Pero a ellos les fue mucho peor: tendrían que viajar enjaulados en unas cajitas caniles donde no entraban ni sus platos de agua y comida.
Todo lo que parece malo podría ser peor. Me aferré a esa frase desgraciada para consolarme y sólo de esa forma pude ver la posición del Facu como «privilegiada». Elvis estaba devastado por King, su perrito más inquieto y al parecer, el regalón de la familia.
Las visitas a nuestros perrhijos parecían visitas a reos, limitadas y por si fuera poco, no tenían espacio entre los autos y a uno de los capitanes se le ocurrió la brillante idea de ordenar que los perros no podían hacer pipí en los neumáticos de los autos vecinos!! No me cabe en la cabeza que exista gente así, tan podrida de alma y tan estúpida… Acaso tendría que colgar a mi perro desde la proa para que sus meadas cayeran al río? Insólito!
Los días fueron eternos y los horarios de las comidas alargaban aún más cada jornada. La gente no podía creer la «atención al cliente», concepto desconocido por los tripulantes que nos despertaban como si estuviéramos en un regimiento militar, tocando un pito a las 6 am para desayunar y golpeando nuestra puerta como si el barco se estuviese hundiendo. De 6 a 7 era el escuálido desayuno, que salvó los primeros 2 días y las mañanas restantes… lo siento pero no nos queda pan! La absurda hora de almuerzo era entre las 10 y 11 am!!! Y la cena entre 5 y 6 de la tarde…a las 22 horas te ibas a dormir muerta de hambre. Sobre la calidad de los almuerzos y comidas nada que decir, era sabrosa y abundante, pero al tercer día ya no podías ver el arroz-tallarín-carne-porotos.
El paisaje y la alegre compañía de los venezolanos fue lo único que nos hizo olvidar por momentos esa tortura en cámara lenta.
Y como guinda de la torta: el último día, horas antes de llegar a destino, dos de los tripulantes se agarraron a combos frente a nuestras narices!! Si no los separo yo con otro chico, se matan! Los venecos y nosotros con cara de «quéee vainaaa» no podíamos creer la escenita sacada del planeta de los simios. Su-rre-a-lis-ta.
Por supuesto que no esperaba un buffet con frutas tropicales de desayuno, ni un baño con ducha de agua caliente, ni una cama con sábanas de algodón egipcio, ni la atención que te brindan los cruceros de lujo…Pero lo que vivimos a bordo fue digno de película de Tarantino o Kubrik.
Si uno paga, espera como MÍNIMO un trato decente, que te brinden soluciones a problemas como el que se nos presentó en el momento que no nos dejaron subir a nuestra pieza con nuestro Facu, sobre todo habiéndonos dicho que sí se podía. Pero NO! Nos trataron -a nosotros y a nuestro perro- como a un estorbo, como a una mierda. Porque si tu empresa trabaja para personas, debiesen ser tratadas como tal, no como cosas.
Sólo hubo UNA excepción: Jian Anderson, el ÚNICO tripulante educado, amoroso y empático que por supuesto, tenía perro y entendió nuestra situación y fue quien nos acompañó algunas veces a ver a los presos peludos.
Sábado 16: Llegamos a destino!
Nunca fuimos más felices como cuando desembarcamos. Ya estábamos en tierra firme y el Facu corría como la novicia rebelde Y Forrest Gump. Su nivel de tolerancia y poder de adaptación nos dejó, una vez más, sorprendidos de lo aperrao que es nuestro rubio patiperro.
Que lo sepan los viajeros con casas rodantes: Si su altura es superior a 2 mts 40 no van a entrar aunque en la agencia les digan lo contrario.
Viajeros con perros: No crean en las promesas de los de esta agencia. Para ellos lo importante es vender y tu bienestar y el de tu mascota les importa un carajo.
Viajero a pata, mochilero: El viaje es hermoso, disfruta el paisaje y lleva una buena hamaca, repelente y un mosquitero. Recomiendo además que te ubiques lo más al centro posible porque si llueve y estás en las orillas, tus cosas quedarán empapadas. Lleva por si acaso galletas o algo que varíe el menú de cada día y si eres vegetariano prepárate porque hay carne y pollo todos los días y los porotos vienen con chorizo!
Quiero que esta historia se sepa porque La agencia «Transamazónica» de Manaos nos vendió una MENTIRA que nos salió cara y la pagamos por el bien de nuestro perrhijo. No quiero que futuros pasajeros y viajeros con perros les pase lo mismo.
Por su parte, la empresa de navegación H.M Nogueira Gomes Navegacao-ME no debería operar por el maltrato animal, y porque ninguna empresa que transporta seres vivos debiese tener entre sus trabajadores personas violentas, ordinarias y poco respetuosas con las personas, los animales y el medio ambiente. (ésta es su página web)
Empresas como éstas navegan todos los días el pulmón del mundo y sus tripulantes hacen competencia de quien tira más plástico al río. La lluvia de vasos era ridícula y el río no podía estar más contaminado!! El espectáculo era (es) preocupante. Aunque reconozco que eso va más allá de la empresa. Es un tema de cultura y lamentablemente el brasilero en general (no todos por supuesto) es bastante sucio.
Me parece importante mencionarlo porque quedarse callado es ser cómplice de algo que sabes que no está bien.
Lo lindo del viaje: los paisajes y sus épicos atardeceres.
Y un último consejo: Por si acaso , mejor no se embarquen un martes 13.