Los sueños y los viajes siempre han sido amigos. Les encanta jugar a la fantasía / realidad como dos hermanos que juegan a las escondidas. Se llevan de maravillas como el verano y la cerveza fría, o como el otoño y el chocolate caliente.

Los viajeros somos por esencia soñadores sin remedio, pero a diferencia del resto, soñamos despiertos, no sólo de noche. O al menos yo, siempre ando por las nubes trazando líneas imaginarias en mi mapa interno insaciable.
Pero una cosa es soñar despierto el viaje de nuestras vidas, y otra, es experimentar el lado onírico de la vida al viajar…
Quizás nos hacemos adictos a los viajes, por el placer que provoca explorar mundos nuevos, desconocidos, que no comprendemos. Como los adictos a la heroína, que se pegan sus placenteros viajes oníricos, sólo que viajar es una adicción que no te destruye, sino que te enriquece.

                                                Haciendo el loco en el Salar de Uyuni, Bolivia.

De noche se sueñan sueños muy locos, y sus interpretaciones son muy curiosas. Lo extraño es que recuerdas lo que soñaste al despertar, pero al rato ya se te olvida. Por eso hay que escribirlos apenas uno se despierta.

En cambio cuando viajamos, experimentamos situaciones surrealistas que nos quedan en el disco duro de recuerdos para siempre:

Como cuando me encontraba en China, sin hablar mandarín y rodeada de chinos que no sabían decir ni hola en inglés, perdida, a punto de hacerme pipí y preguntando por el baño en una estación de tren. Nadie me entendía (dije: toilette, bathroom, washroom con cara de «estoy que me hago»…y nadie me entendíaaa!), hasta que hice la mímica como que me bajaba los pantalones y flecté mis piernas al mismo tiempo que hacía «pppssshhhhh» (la banda sonora a mi pipí) los chinos casi murieron de risa y un grupo como de 8 me llevaron al baño. Surrealista!!

O como aquella vez en un bus en Myanmar con un monje que iba haciendo como que hablaba por celular, pero era su billetera la que tenía abierta junto a su oreja…ni en mis mejores sueños!!
O esa ocasión que invité a tomar un helado a un marroquí que quería llevarse mi cámara.
O esa noche en el Sahara, donde tuve la suerte de apreciar una lluvia de estrellas fugaces.

También se viene a mi mente, aquella tarde en Vietnam, donde fuimos atacados por un grupo de monos, que acabaron sacándonos de su isla (Monkey Island, eran los dueños de casa, nada que hacer)
Y cómo olvidar la vez que me hice la gitana ruda para safar de un cuarteto de viejos que me hizo una encerrona en Nápoles…

Vivimos muchas experiencias surrealistas cuando viajamos, así como soñamos cosas tan reales que despertamos muchas veces confundidos y asustados.

Y no sólo las experiencias vividas son como sacadas de un mal o alucinante sueño…sino también los lugares.
He tenido la fortuna de apreciar en mi corta vida viajera, mágicos lugares de gran carga onírica, como Brujas y Praga; Bagan en Myanmar; el estado de Rajastán en India; Halong Bay y el desierto del Sahara al amanecer; el parque Güell de Gaudí en Barcelona; Venecia; la plaza Djema el Fna de Marrakech; las terrazas panorámicas de Santorini al atardecer; el altiplano boliviano; ese lugar como comido por las raíces en Angkor Wat, Camboya; las pirámides de Chichen Itzá en un día de truenos; La Capadocia turca al amanecer, el mundo submarino en el paraíso tailandés; los paisajes del sur de China; etc.

Soñar y viajar, nos transporta a otros mundos, y cambiar de escenario nos conecta y nos hace más conscientes de que lo impredecible y diferente hace interesante y entretenido el camino, y por eso, hay que saber interpretar las señales (éstas pueden ser personas, o situaciones desagradables como perder un vuelo)

Sólo después de que viajamos, y observamos formas de vida diferentes o opuestas a la nuestra, nos damos cuenta de lo relativa y subjetiva que es esa línea que divide lo normal / con lo extraño…

 

La Capadocia turca: lo más parecido a estar dentro de un sueño.

Viajando, solemos hacer cosas inexplicables. No hay nadie que nos juzgue, no importa el «qué dirán» o si hago el ridículo. Como no conoces a nadie, puedes hasta fantasear otra realidad, como aquella vez en Turquía, que estaba cansada ya de tanto turco intentado venderme lo invendible, y como hablan todos los idiomas imaginables con tal de vender, me hice la ciudadana de un país extraño y me puse a hablar en un dialecto inventado por mí…el problema es que llamé más la atención y después me seguían gritando «where are you frooom?».

Creo que al viajar, nos sentimos tan libres, que a veces nace una extraña sensación de sentirnos otra persona, una que actúa muy distinto a aquella que se quedó en casa…totalmente dispuesta a emprender un viaje, que tiene más de imaginario, que de realidad.

La relatividad del tiempo es otro factor que en los sueños y en los viajes toma otro pulso. Podemos soñar 15 minutos con una vida entera, y de viaje, una semana de vivencias se sienten como un mes!

En los sueños y en los viajes, todo es impredecible, cualquier cosa puede pasar, no hay certeza de nada…

Lo único que sé, es que si podemos soñarlo, podemos hacerlo realidad!!