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Varanasi, actualmente, es considerada por los hinduistas como una de las principales ciudades de peregrinación. Según la tradición, todo hinduista debe visitarla al menos una vez en la vida.  La categoría de ciudad santa proviene de la creencia de que una de las cuatro cabezas del dios Brahmá consiguió descansar al llegar a esta ciudad.

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El protagonista de Varanasi es su río Ganges, al que cariñosamente llaman Ganga.
Según el hinduismo, todo aquel que muera en Varanasi queda liberado del ciclo de las reencarnaciones. Bañarse en el ganga, se considera purificador y te libera de los pecados y el mal karma.
Por sus sagradas aguas confluyen la vida y la muerte. Las escalinatas que bajan al río, conocidas como gaths, se repletan cada día con miles de personas que lavan sus ropas, sus cuerpos, sus dientes, y a los búfalos. Juegan y hasta hacen sus necesidades. Mientras al fondo del río, descansan otros cientos de millones de almas libres de pecado, que contemplan desde el fondo, la vida.

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Esta ciudad es conocida por sus cremaciones, y estar aquí, significa poner en jaque las emociones y sensaciones, que se intensifican a los 47 grados.
Sus laberínticas callejuelas, albergan un olor a cloaca, fritanga, tubo de escape e incienso bastante ingrato. Y si a eso le sumamos los bocinazos constantes, el calor y el tener que esquivar motos y pedazos enormes de bosta de vaca, resulta agobiante. Arrancas del caos de la ciudad y te vas a orillas del río en busca de un lindo atardecer, pero una vez ahí descubres que caminar por sus gaths te predispone a decir «no thank you» 30 veces por minuto. Los vendedores ambulantes intentan venderte lo invendible, los boteros te ofrecen paseos en barca por el río y uno que otro viejo sabio de mirada perdida, intentará sacarte unas rupias tras una bendición que sella en tu frente con un punto de color rojo o naranjo.

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Después te topas de frente con una fogata, que tras mirarla con atención, percibes como a través de las llamas, sale la mitad de una pierna. Te impacta una imagen así, sin duda, y quieres fotografiar, pero está prohibido. Es mejor guardar la cámara en el bolso para no meterse en problemas. Abundan los estafadores que esperan que saques la fotito y después se acercan a meterte miedo diciendo «si no me pagas mil rupias, te vas a ir preso», y cosas así, la situación es incómoda y se ponen agresivos. A mi me desearon lo contrario a un buen día, gritándome a mis espaldas: «Bad woman» «Baaad Karmaaa», mientras hacía mi retirada.
Recomiendo contemplar las cremaciones desde un bote al atardecer. Escenas como esas invitan a la reflexión y al silencio, y desde el ganga se consigue encontrar esa paz que no se halla en sus gaths.

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Varanasi posee una energía muy potente. Es un lugar especial que no deja a nadie indiferente.
Es como estar dentro de un sueño, donde todo lo que ocurre a tu alrededor está fuera de contexto.
Esta es la India «profunda» de la que todos hablan. Esa India onírica y llena de contrastes, que la amas y al segundo, la odias.
Mis días en la ciudad sagrada del hinduismo, hicieron reconsiderar mi posición de la viajera aventurera en busca de emociones extremas.

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