Nos quedamos estancados en Rishikesh. Hasta ahora, una de las ciudades más tranquilas de India. Queríamos salir de la paz para ir a meternos al infierno de Varanasi (?) ni yo entiendo muy bien porqué. Pero no podíamos irnos porque no encontrábamos un tren con asientos disponibles que nos llevara a la ciudad sagrada del Hinduismo. Y así, se nos fueron 2 días sin mucho que hacer esperando que en la agencia que vendía tickets de tren, nos confirmaran nuestro pasaje Haridwar (a una hr. de Rishikesh) destino Varanasi.
Finalmente encontramos pasajes. Pero hasta el último minuto el tipo de la agencia nos dice que no tenemos asiento y que no nos preocupemos, que una vez arriba del tren, encontraríamos algo porque estábamos en número 1 y 2 de «lista de espera». Por eso pagamos 1000 rupias, casi 10 mil pesos chilenos, que sería una millonada acá en India. Pagamos más caro para asegurarnos comodidad en la clase «Sleeper», ya que se nos venían 21 hrs. Pero a diferencia de ese tren sleeper que tomamos al principio del viaje, no encontramos nada en la 2da clase con aire acondicionado. Vaya haciéndose la idea que por estos días, India hierve a más de 40 grados. Bueno, lo tomamos sin mucho más que hacer.
Una vez en la estación de Haridwar, la realidad india me da una patada en la cara. Estamos en la estación más llena que hemos pisado, la gente desparramada por el suelo, durmiendo, comiendo, viviendo, haciendo sus necesidades en plenas líneas ferreas y un viejo vagabundo desnudo, cubierto apenas de una sábana, tirado en el suelo, parece que está en su último suspiro. Me acerco a él y le regalo la galleta que me quedaba, pero no tenía dientes para poder masticarla. Que impotencia!
Quizás estaba más sensible que de costumbre ese día, imágenes como esas ya habían desfilado por mi retina las últimas semanas, pero hace unas horas me había enterado que mi sobrino ya había nacido. Me había convertido en tía por vez primera y yo estaba a la cresta del mundo, cuando debería estar en casa con mi familia, compartiendo ese especial y mágico momento llamado VIDA. Ese es el lado B de ser una trota mundo.
VIAJAR, mi verbo favorito que me hace inmensamente feliz, y que parece algo tan inalcanzable y soñado para algunos, se transformaba ese día, y las horas que estaban por venir, en algo así como una pesadilla.
Subimos al tren. Estaba…no se qué palabra representa algo más lleno que «repleto». El tren estaba sobrevendido y desde ya teníamos que olvidarnos de esa lista de espera. Se nos venían 21 hrs de tortura. No teníamos donde dejar nuestras cosas, y nos quedamos parados por horas a la salida del baño, compartiendo un metro cuadrado con 3 más, y no olía muy bien que digamos.
Nuestras cosas, y nosotros mismos, bloqueábamos la pasada. Fue terrible! Después, nos sentamos en el suelo, donde más! y mi marido se puso a bucear en su mochila buscando nuestro tablet, que nunca lo encontró. Antes de que el tren partiera, fue a averiguar que pasaría con nuestras camas en lista de espera, y el tablet se lo sacaron cuidadosamente de la mochila y hasta se tomaron la molestia de dejársela cerradita!
Y eso no es todo…yo lo dejé cuidando las cosas y partí a recorrer el tren por dentro, viendo si había un trocito de pasillo que nos permitiera instalarnos y un indio de ojos desorbitados que de seguro estaba en Júpiter de drogado, hizo como que se tropezó, y con su mano me pegó una buena manoseada en mi pechuga izquierda!!! Cómo habrá sido de chocante que hasta me acuerdo que fue la izquierda. Mi inglés se auto bloqueó y le tiré una puteada en buen chileno, y cuando yo grito, mi proyección vocal puede cruzar los 5 continentes. A tal punto que desperté a todo el tren y acto seguido de mi rosario de desahogo chileno, le pegué un combo tan ordinario, que en ese instante, mi adrenalina me hizo creer que di un golpe duro increíble. Pero rato más tarde vi al tipo y no le quedó ni rosadito cuando yo tenía el nudillo del medio colorado y un tanto hinchado. Por suerte no pasó nada más.
Papá, Mamá: Mi mano y mi pechuga siguen en su lugar, don´t worry!
El tipo jamás debió imaginar que una mujer reaccionaría así, por lo sumisa que es la cultura femenina en India.
Como las cosas no podían estar peor, volví donde mi marido con el corazón a mil, aunque sorprendentemente tranquila y satisfecha por haber puesto en su lugar al flaite ese. Al rato, un inspector de tickets del tren bastante amable, nos ofreció parte de su asiento y confirmamos que de ser posible conseguir una cama, eso ocurriría cerca de las 8 am. y eran las 12 de la noche.
Por suerte, esto no fue así. Tras una parada donde se bajó una buena cantidad de gente, se desocuparon 2 camas que las agarramos como desesperados. Esto fue a las 4 am. y quedamos un tanto separados.
Cerca de las 7 am. abro los ojos y a mi alrededor tenía 6 indios mirándome como si yo fuera una estrella de Bollywood. Y para ser honesta, mi apariencia a esas alturas, era tremendamente indigna.
Ya era de día y la temperatura estaba por subir a un grado por hora. Después de la 9 am. se bajó mucha más gente y ahí pudimos al menos quedar uno al lado del otro. En una de las camas de más arriba que están pegadas al techo. A medio día el calor era insoportable, si afuera hacían 44 grados, ahí adentro habían más de 50! Me pegué un recalentón cerebral y estoy segura que lo que me dio fue fiebre y deshidratación extrema. Podría asegurar que mi cuerpo experimentó los más de 40 grados de fiebre. El panorama estaba borroso y casi tuve alucinaciones, mientras mi marido mojaba su toalla con agua hirviendo, la ventilaba para enfriarla y me la ponía encima. Tuve que bajar de ese espacio, que era lo más cercano a las llamas del infierno y después de un rato de cuidados y amor, me sentí mejor.
Las últimas horas fueron eternas. No comíamos nada hace 20 horas y no nos atrevíamos a comer las fritangas que vendían los vendedores ambulantes que se subían al tren. Preferíamos tener muchísima hambre que vivir una diarrea en esos baños.
El tren llegó a las 5 de la tarde. Una hora después de la programada.
«Welcome to Varanasi» es la bienvenida que nos da el conductor del rickshaw (mototaxi) al que nos subimos. Fue muy amable de entrada. Pero como no nos quedamos en los guesthouse que nos quería llevar (donde obviamente recibía comisión) la buena onda llegó hasta ahí no más y nos dejó bastante lejos de nuestro destino. Tuvimos que tomar otro transporte. Esta vez, un ciclo rickshaw (bici con un carrito) cargado hasta el cielo con nuestras cosas y nosotros encima de éstas. Ese instante sí que estaba para una foto, pero mi cansancio/idiotez era extremo y no me animé.
La tarde se nos fue buscando un alojamiento decente. Y como la comodidad tiene un alto precio, tuvimos que aflojar un poco el bolsillo, pero le dimos prioridad al descanso que tanto necesitábamos.
Ganpati Guesthouse, donde un «alto precio» en India, es más de 10 dólares la noche la habitación matrimonial con baño. En Gampati nos salió 25 y era un lujazo para las otras hostales del terror que vimos.
Llevamos 2 meses en el país del masala chai, y el «Welcome to India» nunca fue tan extremo como aquel día.