Dicen que hay que escribir sobre eso que nos duele. Por qué? Simplemente porque nos libera. Porque escribir nos ayuda a sanar y cicatrizar los tajos del alma. Así que, aquí voy:

El martes 6 de junio fue el día que nuestro viaje sufrió su primera gran herida. Esperamos que sea la última. Tal vez la lluvia torrencial fue una señal que no quisimos escuchar, porque lo que estaba por suceder fue como un baldazo de agua fría lanzado por el universo.


La noche anterior dormimos a orillas del Lago Gutiérrez y al despertar, desayunamos y nos pusimos en marcha rumbo a la ciudad de Bariloche. Dimos algunas vueltas por la ciudad buscando un estacionamiento hasta que decidimos dejar el auto en una esquina bien transitada, frente a la intendencia y cerca de la estación de policía. «Aquí nada puede pasar», pensé. Como llovía, decidimos dar una vuelta corta por el centro cívico y la calle Mitre. Dejar al Facu en la Chirimoya (nuestra aperrada furgoneta/casa) y decidí a conciencia dejar por primera vez en la vida, mi equipo fotográfico adentro, temiendo que se mojara la mochila y la cámara.

Tantos veranos traviajando en Bariloche como guía de turismo. Para mí, uno de los lugares más seguros de Argentina. De esos lugares donde piensas «aquí no pasa nada»…pues ahí nos pasó.

Nos alejamos de nuestro hogar rodante no más de 30 minutos. Al volver, saqué a caminar al Facu para que hiciera pipí, me alejé media cuadra y desde la furgo, mi compañero me llama haciendo un gesto con la mano. Su cara no era la de siempre. Me acerco y me dice «negrita nos abrieron el auto». Mi corazón se disparó, grite «Nooo» y me tiré un piquero adentro de mi casa, sabiendo que era OBVIO que no estaría ni mi mochila ni nuestros computadores. Vi cómo adentro estaba TODO patas pa arriba y en un llanto desesperado chilindrinesco yo seguí revolviendo todo con una esperanza nula de ver lo poco de valor que me quedaba.
Mi mochila. Mi cámara. Mis lentes. Lo que había dentro de la mochila: mis pasaportes!! El nuevo poco me importaba, pero el anterior era mi pared con títulos, postgrados y masters por el mundo. El único pasaporte que logré tener en mi vida sin páginas en blanco. Mi orgullo. Mis historias convertidas en sellos y visas.
Lo más doloroso? lo que había dentro de la cámara: una tarjeta de memoria con fotos no respaldadas aún de los últimos 2 meses de viaje. El disco duro que iba en el bolso del compu de mi amado con videos editados y aún no subidos a nuestro canal de Youtube. Mi computador y todo el trabajo escrito que aún no subía al blog ni mandaba por mail.
Una afiebrada rabia e impotencia me subió de los pies a la cabeza. Mi marido me contenía en un abrazo que no supe recibir y tras dar vuelta mi casa y auto convencerme que era real lo que estaba pasando y que nunca más vería mis cosas, me puse a llorar y a gritar como la loca de teleserie mexicana «Nos robaroooon» «Hijos de putaaa, se llevaron todoo».


El Facu no entendía nada. Lo estaba asustando con mi histérica reacción. Él era nuestro único testigo, la única cámara oculta que sabía cómo fue todo. Lo abracé dando gracias a Dios que estaba con nosotros, que no le hicieron daño. Al final, no se llevaron lo MÁS importante. Teníamos con nosotros -y con vida- a nuestro amado Facu y La Chirimoya.
Después del calor que me dió, comenzó a subir por mi cuerpo un frío horrible. Me bajó la presión y sentía por mis venas que corría nieve. Sentí que me iba a desmayar y me senté en el copiloto junto al Facu con la calefacción a mil mientras mi compañero fue a hacer la denuncia en la policía, trámite al que no le dieron ni bola.
Como nos rompieron las chapas y sacaron lo que estaba a mano, mi cabeza recorría la anatomía del mueble donde guardamos nuestras cosas y de pronto se me vino una imágen: el acordeón! Volteé hacia atrás y cuando vi vacío el espacio que ocupaba la banda sonora de la vida de mi marido, grité «Nooo no no noooo» y lloré con más fuerza aún. Abracé al Facu que lamía mis lágrimas como queriendo decirme «Tranquila má, aquí estoy» y me pregunté si mi amor se habrá dado cuenta que faltaba esa mochilota de 12 kgs.
Cuando regresó de la estación de policía, le dije entre lágrimas «Mi amor, también se llevaron el acordeón». Su gesto de dolor disimulado terminó por derrumbarme. Esos malditos se habían llevado 10 años de ensayo. Metafóricamente hablando, le habían amputado sus brazos, como a mí, al llevarse mi cámara, me sacaron los ojos y todos los paisajes y momentos capturados que abrazamos mi lente y yo…
Estaba devastada. Me dolía el alma y me sentía en pelotas. Sentí que se llevaron no sólo mis recuerdos sino -peor aun- mi FE. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde y yo me preguntaba si además se habían llevado eso…lo último que me quedaba.

El robo se llevó mis herramientas de trabajo. Bajón. Pero más heavy aún, se llevó años de viajes, recuerdos y apasionada dedicación. Se llevó lo intangible que jamás podremos recuperar y gran parte de mi confianza y tranquilidad y me trajo una paranoia voraz. Ahora dormir en medio de la nada ya no era lo mismo. Los días posteriores todo tenía una cuota miedosa y de alerta.
Con el corazón a media asta tuvimos que cruzar a Chile a sacar un nuevo pasaporte, porque, si bien andamos recorriendo un continente en el que sólo necesito mi carnet de identidad para cruzar fronteras, traviajar hacia otros destinos me obliga a tener un pasaporte vigente. Nos pasamos una semana en Osorno, al sur de Chile, entre trámites, búsqueda de una nueva cámara y recibos de encomiendas con computadores reciclados de la familia. Ahogamos las penas en vino chileno y curamos la heridas con una paila marina mortal.
Nuestra última noche en Chile antes de regresar a Argentina (la vida/el viaje continúa) fue en los maravillosos domos de las Termas de Puyehue. Nada como un baño termal para volver a juntar nuestros pedazos rotos que nos dejaron la rabia desilusión y tristeza.
Y como no hay mal que por bien no venga, nuestro regreso a Argentina fue amable y hospitalario. Lo que nos pasó, que fue relatado en mis redes sociales, llegó a los ojitos lectores de una seguidora de La Brújula, Leticia, quien me escribió ofreciendo su casa por si a la vuelta pasábamos por donde ella vivía.
Allen, su ciudad, nos quedaba de paso cuando dejamos la Patagonia rumbo a la costa Atlántica, así que le escribí, y ella con Diego, su pareja, nos recibieron de lujo y nos apapacharon con asado, milanesas, pastas y pizzas. Fue un fin de semana de toneladas de comida y AMOR (sí, con mayúsculas)

letiGracias Leti Y Diego por demostrarnos que de lo más feo se puede rescatar lo más lindo…

Porque algo así te puede pasar en la puerta de tu casa. Un robo no refleja cómo es un país entero! Y nosotros JAMÁS nos quedaremos con una mala imagen de Argentina ni de quienes habitan ese hermoso país. Lo aclaro para todos los que me escribieron pidiendo perdón, jurando que no todos son así. Tranqui, que en Chile también roban y en los países con mejor fama y seguridad también. Sabemos que la gente buena es mayoría y que gente mala hay en TODAS PARTES.
Y el robo se llevó todo lo que ya les conté, pero NO nuestras ganas de seguir. Por el contrario, nos sentimos con más fuerza que antes!
Que una experiencia negativa nunca le reste valor a todo lo bueno que nos ha pasado.
Que unos hijos de fruta jamás metan en un saco negro a todos quienes nos rodean. Porque la hospitalidad y generosidad seguirán siendo la tónica, y que ésta forma de verlo, nos devuelva esa FE en la humanidad, y que a la vez, nos refuerce esas antenitas de alerta que están tan conectadas con esa vocecita interna que rara vez se equivoca -nuestra intuición- que ese día, lamentablemente nos falló o no quisimos escuchar.