Llega un momento en la vida en que, por acostumbramiento, nos auto convencemos de que así estamos bien. Y aferrándonos a esa comodidad se nos puede ir la vida. Conscientes de esto, salimos a descubrir qué había fuera de nuestro metro cuadrado. Y esto es un pequeño resumen de todo lo que nos pasó en nuestros dos años por el mundo.

El 2012 fue un año lleno de decisiones que cambiaron mi vida para siempre. Todo partió con el sueño de terminar el año en el Sudeste Asiático y recorrer ese trocito de continente durante tres meses.

Al poco tiempo, mi compañero mencionó una palabra mágica: Working Holiday Visa Canadá. En buen chileno, él dijo “upa” y mi “chalupa” cruzó fronteras imaginarias. Postulamos y a las tres semanas de enviar un millón de papeles, recibimos un mail en el que la embajada canadiense nos daba a ambos el sí.

Y, por si fuera poco, al mes mi compañero me pidió matrimonio, y ahora la que daba el “sí”, era yo.

Comenzamos a planificar. Nos casaríamos el primero de diciembre y, sin pensarlo mucho, compramos dos pasajes sólo ida; tres días después de cambiar nuestro estado civil estaríamos embarcados en un avión rumbo a Tailandia. Renuncié a mi trabajo, vendimos nuestros autos y mi marido dejó en las mejores manos su centro de yoga, sabiendo el riesgo que eso implicaba.

Así, los tres meses de la ruta por Asia se transformaron en ocho.

Después de Tailandia, la travesía continuó por Camboya, Myanmar, Laos, Vietnam, China, India, Nepal, Malasia e Indonesia.

En esos 8 meses nos pasaron más cosas que en toda una vida: hicimos un curso de buceo, estuvimos parados en la Muralla China y frente al Taj Mahal, probamos sabores indescriptibles, catamos atardeceres de postal, volamos en globo aerostático, hice un curso de cocina, navegamos en un barco por la bahía de Halong, hicimos un trekking por los Himalayas de Nepal, mi marido compuso canciones y hasta tuvimos una jornada musical con niños de un colegio camboyano.

Descubrimos que se puede ser feliz con muy poco, que el mundo no es como te lo pintan los medios y que viajar no es un lujo exclusivo de millonarios.

Una nueva etapa…

Nuestra llegada a Canadá fue como salir de un mundo para entrar a otro. Aprendimos que el “bienvenido a la realidad” es una concepción de quienes sólo han vivido una. Realidades hay muchas y cada uno crea la suya… Y Vancouver nos mostró y nos hizo vivir una realidad hermosa. Conocimos gente increíble, trabajamos todo el año, mejoré mi inglés, superamos nuevos desafíos y, en ese nuevo escenario, nacieron nuevas ideologías, pensamientos, diálogos y filosofías de vida.

Antes de regresar, nuestro rumbo tomó dirección sur. Recorrimos un mes la costa oeste de Estados Unidos y en Colombia, nos reencontramos con nuestras raíces latinas y, de pasadita, con mis padres.

Volver a casa es la parte más difícil de un viaje. Has crecido fuera del rompecabezas, y ahora sientes que tu pieza ya no encaja.

Pero de quedarnos en casa, nos hubiésemos negado tantas vivencias y oportunidades… Sin embargo, optamos por salir de la rutina y crecer como pareja. Y hoy ese viaje es un recuerdo imborrable que está plasmado en 7 bitácoras, 10 canciones, un video y 22 mil fotografías.